Nos morimos, seamos más o menos conscientes, lo queramos pensar o no, cada día morimos un poco. Todos vamos hacia el
mismo mar, demos más o menos vueltas en los afluentes. La gracia de todo esto
es que nadie sabe cuánto tiempo le queda de vida, incluso aquellos que creen
saber cómo deshacerse de ella o esos a los que les hayan dado ya la fecha de
caducidad, ninguno lo sabe con seguridad.
Nadie sabe cuánto se muere al año, al mes, a la semana o al día, ni qué
parte proporcional de su vida se ha muerto ya. Seguramente sea por este motivo
por el que insistimos en algunas historias tan improductivas como inútiles,
será por eso por lo que disfrazamos nuestros miedos de sensatez y nuestras
pasiones de cordura.
No saber cuánto nos morimos por unidad de tiempo no debería hacernos
olvidar que lo estamos haciendo en mayor o menor medida. Si fuéramos siempre
conscientes de esa pérdida, si tuviéramos presente que nos estamos muriendo,
sería mucho más fácil saber valorar si estamos gastando nuestro tiempo en algo
que realmente vale la pena, si merece lo que proporcionalmente estás muriendo, si
es digno de lo que ya no podrás recuperar jamás.
J.